Me desperté de pronto. Era una noche oscura y estaba haciendo dedo en una ruta desierta. Un viejo Chevi paró por delante y subí. El conductor anodino me preguntó a dónde iba. «Allá a donde me dejes». El estupor me venció y me dormí.
Me desperté de pronto. Era una—
«Es como si una voz invisible le susurrara, Doctor: es como si viviera en el pasado; eso no puede ser normal, ¿verdad?» —una pregunta retórica—. «¿Qué podemos hacer con ella?» La mujer suplicó una excusa para encerrar a su suegra en un asilo.
Criticar el régimen fascista de 1KEI era castigado con la amputación de un ojo. El condenado era obligado a usar un reemplazo violeta, el color del partido gobernante. Muchos tiraban el ojo de cristal y en su lugar usaban un parche, símbolo de la resistencia.
Estaba ciego y no lo sabía. Cuando vi la luz ya era muy tarde. La tentación de cruzar y dejar de «ser» fue muy grande, fue irresistible, se diría. Era una trampa cruel.
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